Nuestro tercer día en Viena (aunque habría que considerarlo más bien como el segundo) amaneció nublado, como venía siendo frecuente desde que llegamos; nuevamente, el despertador sonó a las siete de la mañana. Y es que, no había más remedio que despertarse temprano, pues los puntos de visita y los planes a realizar eran demasiados.
El metro nos dejó en una estación que recordaba a tiempos pasados (cabe señalar que en Viena los metros no avanzan únicamente bajo el suelo, sino que tienen igualmente tramos sobre la superficie, de ahí, tal vez, su encanto). En el caso de esta estación, nos encontramos con baldosas y adoquines hábilmente combinadas con columnas de color negro y farolas redondas. En la pared, un letrero de mármol: "Schönbrunn".
Había oído hablar del Palacio de Verano de los Habsburgo, pero al presenciarlo, mi sorpresa aumentó, pues todo aquello era magnificencia y... grandiosidad. Porque era grande... Grande... Enorme... Desproporcionado... Con deciros que en el terreno de Schönbrunn no sólo se encontraba la residencia de verano, sino un ENORME parque, un ENORME jardín, un ENORME invernadero y un ENORME zoológico, el más antiguo del mundo (una pena que no pudiéramos entrar, porque el tiempo jugaba en nuestra contra).
En esta ocasión, el Sissí Ticket nos sirvió para ahorrarnos una cola monumental que hubiera podido dejarnos relegados al más absoluto de los olvidos durante más de una hora (sí, daba para tanto, por los grupos de "japos").
Al entrar, no hacíamos más que asombrarnos: cada habitación, cada estancia, era más bonita que la anterior; cada detalle, único (tal es el caso de la habitación hecha casi íntegramente con porcelana china). Y es que en el Palacio, imperaba el gusto de sus moradores, comenzando por el estilo rococó (y hasta recargado) de la emperatriz María Teresa, hasta el gusto más bien austero del emperador Francisco José I (austero era el lecho donde murió, expuesto igualmente en el palacio). Una pena que en el interior no pudieran hacerse fotos, por lo que tuve que adquirir un libro en la tienda de recuerdos.
Tras la visita a las dependencias palaciegas, pasamos a los jardines, donde el agua era la absoluta protagonista. Como era invierno, no había flores, pero los árboles se alzaban majestuosos, meciéndose suavemente con la helada brisa que se colaba a través de las escasas rendijas que nuestros abrigos mostraban. Un frío horrible, cortante, que hacía que tuviésemos que ocultar nuestros rostros tras las bufandas. Nuestro asombro creció en el momento en que vimos la Fuente de Neptuno: helada, completamente helada (para prueba, los vídeos). Y la Glorieta no fue una excepción... pues mostraba incluso vestigios de una nevada que tuvo que haber hecho acto de presencia durante la noche (nos resbalamos y todo!!).
Tras la visita a Schönbrunn, decidimos dirigirnos al Museo del Mueble, situado en el centro de Viena. El mayor atractivo de esta visita (que nos brindaba, nuevamente, el Sissí Ticket [nunca una compra me supo tan bien!!]), no era otra cosa que la exposición permanente del mobiliario que se utilizó en la trilogía de películas sobre la emperatriz Isabel de Baviera. Cheto no hacía más que alucinar ante las muestras frikazas de "teatralización" de las películas por parte de la menda(y es que se mostraban fragmentos de la trilogía en el propio museo, para comparar los muebles expuestos con las escenas donde se utilizaron). Aunque os lo advierto: peor es en el caso de "Lo que el viento se llevó", que puedo escenificar TODA LA PELÍCULA!!!
Al salir, procedimos a comer (a las 13:00hs!!!!) en un italiano que estaba cerca del Museo.
¿Digerimos la comida? ERROR!!!! ¿Siesta? Eso es sólo una costumbre española... Así que nosotros, ni cortos ni perezosos, nos fuímos a ver la Catedral de San Stephan, situada en el centro neurálgico de Viena (Stephanplatz).
Por fuera, impresionaba, pero el interior era algo que recordaba a las construcciones neogóticas situadas en Castilla León (especialmente, era notorio su parecido con la catedral burgalesa, y no sólo por las preciosas vidrieras situadas en el altar mayor). La torre se erguía orgullosa, tratando de rozar un cielo grisáceo que amenazaba nieve a cada momento. Los muros enmohecidos, daban un aspecto casi tétrico a una construcción en la que la luz brillaba por su ausencia. En el interior, frío, oscuridad; era imposible permanecer allí con los guantes o el gorro fuera de su sitio; y dentro de la Iglesia, una tienda (eso parece ser típico por el norte de Europa :P).
Después, nos encaminamos a la Cripta Imperial del Convento de los Capuchinos, donde generaciones de Emperadores, desde 1625 hasta los primeros años del siglo XX, habían encontrado su última morada, su descanso eterno. Y volvimos a encontrarnos desde la fastuosidad (y lo hortera) del sepulcro de María Teresa y su consorte, hasta la austeridad de Francisco José I, flanqueado por su esposa Sissí (asesinada) y su hijo Rudolf (las fuentes oficiales dicen que se suicidó junto a su amante María Vetsera, pero algunos apuntan aun posible asesinato por motivos políticos). Como dato curioso, cabe señalar la presencia de la infanta Maragarita Teresa, hija de Felipe IV (la niña de las Meninas, vaya), cuyo sepulcro, austero, sin apenas identificación, también se encontraba allí (tirado, porque la mayor parte de ellos estaban tirados en plan "almacén").
NOTA: Como apunte adicional, cabe señalar la presencia de una nueva excursión de japoneses que rompieron con el silencio que se pedía (era una cripta, al fin y al cabo); y, cómo no, lo "puerco" que fue uno de ellos al dejar que sus posaderas dejasen escaparse una ventosidad que me hizo revolver las tripas. Asqueroso, el tío puerco... ¬_¬UUU
Pero, ¿qué sería una visita a Viena sin degustar las Sachertortes? Para el que no lo sepa, se trata de una tarta de chocolate, con crema de albaricoque por dentro (aunque el chocolate es el principal ingrediente). ¡Había que comerlo con los ojos en blanco! (Y mi cara lo dice todo, como si no hubiera comido en mi puñetera vida!)
¿Y que sería una visita a Viena sin visitar la casa de Mozart? Pues, sinceramente, una visita completa, porque, realmente, la casa de Mozart no albergaba nada significativo. Con haberla visto desde fuera, nos hubiésemos quedado más que satisfechos; pero la visitamos pensando que sería otra cosa, y fueron los 14 euros peor invertidos del viaje. Porque realmente, no tenía nada: ni partituras originales, ni muebles originales, ni nada original (hasta las pinturas y retratos mostrados eran fotocopias). En fin, que no me interesaba saber, por parte de un adioguía la pregunta de: "Intentemos imaginar dónde estaba tal mueble a partir de la X...". Prefiero verlo, señora de la esdrújula frita con voz de flauta prestada :S
Por la noche, recital y ópera... De lujo, vamos.
P.D.: Hasta aquí llego con el Viaje a Viena. Y aún queda un día más en el tintero, pero prefiero que, si realmente queréis saber algo más del viaje, nos lo preguntéis a mí y a Cheto. Estaremos encantados de contaros más si queréis saber más y de mostraros las fotos.
1 comentario:
No sé si coincidirás conmigo, pero creo que este fue el mejor día del viaje ^_^
El palacio majestuoso, las fuentes congeladas, la catedral ... y pa rematar el concierto por la noche que estuvo genial.
Eso sí, exceptuando la casa de Mozart, no veas que peazo truño XD
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