Esta es una reflexión que hice ya convertida en mujer sobre un amor que tuve en la adolescencia. Espero que os guste...
El primer amor
"Cierta vez, hace ya muchos años, cuando todavía era una chiquilla apocopada de doce años, escuché cómo alguien decía unas palabras que, en un primer momento, no calaron en mi alma de forma dominante: “El primer amor es siempre el gran amor”. En ese momento, una risa escapó de mi garganta, demostrando cuán grande era mi desconocimiento total sobre el tema del que hablaban: el amor. Sí, sin duda, esa persona no sabía lo que decía en absoluto.Pero la que no sabía nada en absoluto, era yo...Creo que fue un día de septiembre cualquiera, hace ahora casi seis años. Los rayos del sol comenzaban a iluminar la mañana con sus tonalidades doradas y yo me disponía a iniciar un nuevo día de clase. Entonces, al cruzar aquella oscura y pesada puerta de me-tal, me encontré con los ojos verdes más bonitos que nunca había visto. Pertenecían a un chico en el que no me había fijado demasiado hasta aquel momento. Era bajo, castaño y con una sonrisa deliciosa. En ese momento, sentí cómo mi corazón comenzaba a latir apresuradamente, con latidos fuertes y acompasados, indicándome lo que realmente sentía: amor.Mis amigas no se podían creer mi elección. Era lógico; por aquel tiempo, yo era una de las chicas más guapas del colegio (a pesar de que en la actualidad no valgo ni la mitad de lo que valía en aquella época), y tenía a toda una legión de admiradores bebiendo los vientos por mi. Entre ellos, estaba “él”. Yo también le gustaba y, cuando nuestras miradas se cruzaban en el corredor, debíamos reprimirnos para no confesarnos lo que realmente sentían nuestros corazones.Pero no pudimos fingir por mucho tiempo. Al cabo de unos meses, ya estábamos saliendo juntos, amparando nuestras almas en nuestros sueños compartidos y las ilusiones propias de las personas que se quieren. Con él, experimenté cuán hermoso puede llegar a ser al amor y, también, experimenté la dicha del primer beso recibido de sus labios suaves y aterciopelados.Pero todo debe tener un fin y nuestra historia lo tuvo al pie de la mohosa y centenaria escalinata de la catedral de Santiago de Compostela. Allí fue donde, después de unos días de incertidumbre, me dio a conocer la decisión que tanto le había costado tomar. Lloré, lloré como nunca en mi vida he llorado, dejando escapar con cada lágrima un soplo de mi triste y desolada vida. Al cabo de los años, supe que había decidido cortar por miedo a la distancia que nos separaría: él en un colegio, yo en otro. La situación sería cada vez más tensa e insostenible; no podría haber salido bien.Sin embargo, ahora pienso de otro modo...Después de un tiempo sin verlo (más de dos años), un día volví a encontrarlo. ¡Qué cambiado estaba! Sus ojos verdes, su cabello castaño, su sonrisa... ¡No podía dejar de mirarlo por un instante! Fue en ese momento cuando, al ser observada por sus ojos y al recibir una sonrisa de sus labios, supe que realmente no le había olvidado. Aquel sentimiento que otrora había sentido por él, había permanecido oculto en lo más profundo de mi ser, esperando una oportunidad para renacer con más fuerza que la vez anterior; sin que importasen las distancias ni las fronteras.Ya sólo me quedan unos meses para que nuestros caminos puedan volver a encontrarse en la tan reverenciada Universidad, allá donde convergían nuestros sueños e ilusiones. En estos momentos, su voz vuelve a resonar en mi mente con la calidez del primer día. Amor mío, déjame escuchar tu voz; déjame estar contigo cuando las estrellas nos cubran por completo.Tu voz me llama, igual que un pájaro cantando, igual que los susurros de la suave brisa al colarse entre las hojas de los árboles. Tu voz me llama desde algún lugar del mundo... y esta vez, contestaré sin vacilar."
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