El 7º en caer, y ya quedaban menos...
Apoyado en un barril de cerveza, Aschoff recordaba los blancos que había hecho en la batalla que acababan de disputar. Si no recordaba mal 152 soldados fueron alcanzados por sus flechas, de los cuales 90 habían sido dañados de forma letal. Era ciertamente un buen arquero. O al menos eran lo que decían sus compañeros. Sin embargo ningún oficial se fijó nunca en su trabajo, por lo que aún era un humilde soldado raso.
La noche estaba en su máximo apogeo, y los soldados, victoriosos y totalmente desinhibidos, daban rienda suelta a su agresividad, envuelta en las más frívolas competiciones, premiadas con más y más cerveza. Aschoff, sin embargo, apenas bebió, pues estaba aún meditando si merecía la pena arriesgar su vida en cada batalla por un sueldo tan miserable. De repente, un zopenco mucho más grande que él le insultó para que se uniera a la fiesta. Aschoff pensó que esa no era la forma de incitar a nadie a divertirse, pero el gigantón siguió. El arquero acabó perdiendo la paciencia y le disparó una flecha con un movimiento casi reflejo. La flecha quedó clavada bajo la cremallera del pantalón de aquel mastodonte, que quedó blanco por la puntería. El resto de comensales estalló en carcajadas y aplaudió tal muestra de destreza. A continuación otro de ellos levantó un muslo de pollo e invitó, más jovial que su compañero, a que Aschoff le disparara. Éste, visiblemente motivado, accedió, y atravesó la pieza sin problemas. El salón gritaba en júbilo, y los presentes comenzaron a arrojar monedas al arquero. Este, animado y sumamente recompensado, comenzó a hacer blancos en lugares cada vez más inverosímiles: en grifos de barriles de cerveza, en el fondo de las jarras, en el ojo de un lechón, en la herida de un moribundo... mientras tanto las monedas iban y venían. Aschoff estaba pleno de alegría y comprobó que de esta forma podría ganarse la vida de una forma más divertida y mucho menos peligrosa. Por lo tanto, aquella noche, en cuanto terminó el banquete, con los primeros rayos del sol, cogió su hatillo y se dirigió al pueblo más cercano, donde pensaba realizar espectáculos ambulantes.
Aschoff fue el séptimo en caer, y cada vez quedaban menos...
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