Hoy no voy a hablar de ese confortable y mullido sillón que, cada día, tras una dura jornada de trabajo y estudio, me espera con sus brazos barnizados abiertos, como si quisiera acogerme en su seno; tampoco voy a hablar de lo bien que me siento reposando la comida y mis fatigados huesos en el mismo, o cuando me acurruco hecha un ovillito en invierno, arropada por mi mantita... Todo eso sería un poco papel mojado.
Hoy voy a hablar de un sillón que nos acompaña las veinticuatro horas del día, siendo éste el auténtico soporte de nuestro cuerpo y el que realmente afronta la difícil tarea de sostener los (en mi caso) casi 46 kilos que pudiera haber de masa corporal troncal (quitando una media de 4-6 kilos de piernas). Ese lugar que constituye el punto de división entre el tronco y las piernas, ese lugar situado justo en en el sitio donde la espalda pierde su casto nombre.
Existen numerosas terminologías que lo definen o que hacen alusión al mismo: pompi, culito, "depósito de mierda", "agarradero", trasero, etc. Nunca un lugar ha suscitado ni tantas alabanzas ni tantos odios, ya sean propios o ajenos.
Sufrimos cuando gana algunos centímetros de más, adquiriendo dimensiones considerables que para los taburetes resultan poco menos que amenazantes; sufrimos cuando sus músculos se contraen, dando un claro aviso de que el peligro se acerca, de que debemos correr lo más rápido que podamos para hacer una visita de rigor a su inseparable amigo, el Sr. Roca, el cual lo espera ansioso para iniciar una "amena" charla de tú a tú con él; sufrimos cuando, en el caso de las féminas, encontramos rastros de la sempiterna celulitis que, como si de una maldición se tratase, arruga su superficie, asemejándolo a una naranja cárnica. A veces pienso que el Sr. Roca es el único capaz de entender las conversaciones que mantiene este sillón, pues es el único capaz de soportarlo sin que llegue a quejarse un ápice; y es que, con todo lo que le suelta, el Sr. Roca tiene una paciencia de santo, pues nunca escucharemos de su boca ni un sólo quejido al respecto. Sufrimos, igualmente, por este amiguito nuestro a consecuencia de que, en ocasiones, sus actos y su "charla inagotable", nos producen los consabidos dolores que nos impiden poder situar nuestras doloridas posaderas en cualquier tipo de superficie con el fin de hacer que nuestro cuerpo alcance el descanso que se merece. Y lo odiamos... Deseamos, por un momento, que no estuviera allí, que dejase de hacer de las suyas, que se hubiera "callado" en el momento en que aún no todo estaba perdido.
Pero, del mismo modo, es un lugar de nuestro cuerpo que suscita admiración en la misma proporción.
Y es que, en ocasiones, nos apasionan sus formas respingonas, como si quisiera asemejarse a una fruta madura que hay que recoger del árbol, con suavidad, antes de que caiga; en ocasiones, nos sentimos divinos de la muerte con su presencia, pues lo sabemos objeto de la reverencia y pleitesía de unos ojos que nos escrutinan en la lejanía; en ocasiones, nos apasiona sentir su suavidad, su tersura, sobre todo al salir de la ducha, cuando lo sentimos limpio, fresco, como el de un bebé al que se le acaba de extender la consabida loción de aceite Johnsson.
Aunque no vamos a negar que, en ocasiones, nuestro compañero de fatigas, nuestro sillón, es objeto de fuertes críticas, especialmente tras las discusiones que mantiene con su amigo Roca, claros indicios de su mal carácter, y también de su capacidad para deshacerse de lo peor que guardamos.
Pero ahí sigue él, por más que pasen los años, por más que pasen los siglos, identificado por su nombre universal, alabado cuando es respingón y objeto del roce de manos cuando despierta sus pasiones.
Hoy voy a hablar de un sillón que nos acompaña las veinticuatro horas del día, siendo éste el auténtico soporte de nuestro cuerpo y el que realmente afronta la difícil tarea de sostener los (en mi caso) casi 46 kilos que pudiera haber de masa corporal troncal (quitando una media de 4-6 kilos de piernas). Ese lugar que constituye el punto de división entre el tronco y las piernas, ese lugar situado justo en en el sitio donde la espalda pierde su casto nombre.
Existen numerosas terminologías que lo definen o que hacen alusión al mismo: pompi, culito, "depósito de mierda", "agarradero", trasero, etc. Nunca un lugar ha suscitado ni tantas alabanzas ni tantos odios, ya sean propios o ajenos.
Sufrimos cuando gana algunos centímetros de más, adquiriendo dimensiones considerables que para los taburetes resultan poco menos que amenazantes; sufrimos cuando sus músculos se contraen, dando un claro aviso de que el peligro se acerca, de que debemos correr lo más rápido que podamos para hacer una visita de rigor a su inseparable amigo, el Sr. Roca, el cual lo espera ansioso para iniciar una "amena" charla de tú a tú con él; sufrimos cuando, en el caso de las féminas, encontramos rastros de la sempiterna celulitis que, como si de una maldición se tratase, arruga su superficie, asemejándolo a una naranja cárnica. A veces pienso que el Sr. Roca es el único capaz de entender las conversaciones que mantiene este sillón, pues es el único capaz de soportarlo sin que llegue a quejarse un ápice; y es que, con todo lo que le suelta, el Sr. Roca tiene una paciencia de santo, pues nunca escucharemos de su boca ni un sólo quejido al respecto. Sufrimos, igualmente, por este amiguito nuestro a consecuencia de que, en ocasiones, sus actos y su "charla inagotable", nos producen los consabidos dolores que nos impiden poder situar nuestras doloridas posaderas en cualquier tipo de superficie con el fin de hacer que nuestro cuerpo alcance el descanso que se merece. Y lo odiamos... Deseamos, por un momento, que no estuviera allí, que dejase de hacer de las suyas, que se hubiera "callado" en el momento en que aún no todo estaba perdido.
Pero, del mismo modo, es un lugar de nuestro cuerpo que suscita admiración en la misma proporción.
Y es que, en ocasiones, nos apasionan sus formas respingonas, como si quisiera asemejarse a una fruta madura que hay que recoger del árbol, con suavidad, antes de que caiga; en ocasiones, nos sentimos divinos de la muerte con su presencia, pues lo sabemos objeto de la reverencia y pleitesía de unos ojos que nos escrutinan en la lejanía; en ocasiones, nos apasiona sentir su suavidad, su tersura, sobre todo al salir de la ducha, cuando lo sentimos limpio, fresco, como el de un bebé al que se le acaba de extender la consabida loción de aceite Johnsson.
Aunque no vamos a negar que, en ocasiones, nuestro compañero de fatigas, nuestro sillón, es objeto de fuertes críticas, especialmente tras las discusiones que mantiene con su amigo Roca, claros indicios de su mal carácter, y también de su capacidad para deshacerse de lo peor que guardamos.
Pero ahí sigue él, por más que pasen los años, por más que pasen los siglos, identificado por su nombre universal, alabado cuando es respingón y objeto del roce de manos cuando despierta sus pasiones.
2 comentarios:
Dios salve al culo! esa gran parte del cuerpo... Si tuviera que hablar de culos famosos, me faltaria espacio y sería un pobre monólogo sobre el trasero.
Asi que prefiero que los participantes hagan trabajar a su mente y decidan qué culos pondrían en este espacio.
¡Oh, a vosotras posaderas!
¡Qué bien en vosotras tengo alojado,
en qué valor tan alto os he tasado
a vosotras, mis compañeras!
Artículo de lujo inmerecido
pues a oscuros trámites te condeno:
zafios, burdos y obscenos.
Que empiezan en el soplido
y terminan en el duodeno.
Gallardo, recio y firme.
Discreto, noble y puro.
Así eres tú, ser sublime.
Así eres tú: mi culo.
Publicar un comentario