2.7.07

Los 21 Guerreros: Cuento 16

El 16º en caer, y ya quedaban menos...

Preeter estaba hoy especialmente contento, pues el ejército al que servía había ganado una importantísima batalla en las tierras de Valdher, una región que se presentaba difícil de ser atacada. La ocasión merecía una buena celebración, y para Preeter esto era sinónimo de gastar unas cuantas bromas a sus compañeros de pelotón. Era famoso por estar siempre haciendo este tipo de cosas. Además, tenía la virtud de que nadie se molestaba con ellas. Al menos a largo plazo.

Esa noche se planteó gastarle una pequeña broma a Morcudo, un maloliente soldado de humor bastante complicado. La gracia consistía en verter un picante potentísimo en su bebida. Para ello cuido hasta el más mínimo detalle, desde distraer a la camarera hasta funambulistas cambios de jarras. Al final resultó un fracaso, ya que Morcudo estaba tan borracho que ni se enteró. Por ello buscó otro objetivo y se acordó de uno de sus amigos, que hoy servía como cocinero. Éste era un hombre muy supersticioso y le asustaba todo aquello relacionado con la muerte y, sobre todo con los muertos. Así que Preeter tuvo una macabra idea: acudió al campo de batalla, recogió un brazo de uno de sus enemigos muertos y lo colocó en la entrada de la tienda donde el cocinero preparaba los platos del banquete. La cosa no acabó ahí. Mientras Preeter se escondía tras un arbusto a la espera de que su amigo viera el brazo, un perro vagabundo mordió el mencionado miembro y se dedicó a pasearlo por el campamento. Preeter estalló en carcajadas cuando el can entró en la tienda del cocinero con el brazo en la boca. Desde su posición escuchaba los gritos e injurias que lanzó el cocinero contra el pobre animal. Preeter no podía contenerse. Segundos después vio al perro salir espantado y a un par de borrachos entrando en la tienda. Escuchó entonces gritos, pero ya no del cocinero, sino de los borrachos, que comenzaron a agredir al cocinero. Preeter enmudeció y pensó en intervenir, pero los borrachos salieron de la tienda y continuaron la paliza fuera. Los borrachos acusaban al inocente cocinero de servirles carne humana en sus platos... El castigo fue una violenta mutilación del cocinero, cuyos trozos fueron esparcidos por el bosque. Preeter, totalmente trastornado por la violenta escena, decidió escapar lejos, muy lejos, por temor a que se descubriera lo que en realidad había pasado y fuera él el que sufriera un castigo similar.

Preeter fue el décimo sexto en caer, y cada vez quedaban menos...

No hay comentarios: