30.7.07

Los 21 Guerreros: Cuento 20

El 20º en caer, y ya quedaban menos,...

Era conocido por todos como el mejor general que había liderado jamás ningún ejército. Desde joven siempre sirvió al Rey Koh, y antes a su padre. Ahora era su mano derecha y hombre conocido por todos no sólo por su condición militar, sino también por la humana, pues en todo momento se mostró humilde, muy sensato, paciente y de gran sabiduría. Era admirado por todos, más aún por sus enemigos. Su nombre era Arghem, vencedor de la batalla de las tierras de Valdher. Pero este general, no siempre pudo mantenerse firme ante las adversidades y, como todos los humanos, flaqueó en algunos momentos.

Ese día sufrió más de un duro golpe. El primero fue ser derribado por Astaroth, el mejor guerrero del ejército rival. Aunque morir a sus pies no hubiera sido la más indigna de las muertes, se lamentó por ser salvado por un torpe ballestero que incluso perdió un dedo por ser tan manazas. Más molesto se sintió al tener que condecorarlo por tan accidental hazaña, ya que él prefería condecorar a soldados mucho mejor preparados que éste. Incluso cualquiera de la gran cantidad de bajas de sus filas se merecía más esta recompensa que esta piltrafa. En segundo lugar, se llevó las manos a la frente al conocer el número de caídos, ya que en la ceremonia por sus almas, el sacerdote dio una cifra aproximada que hizo temblar al general, en una batalla que, a priori, no exigía tal derramamiento de sangre. Además, sin apenas tener tiempo para terminar el funeral, fue llamado a su tienda, donde le esperaba el juicio de Awel, uno de sus mejores oficiales, que al parecer había actuado como espía del enemigo. Arghem jamás pudo imaginarse que un servidor tan leal como Awen hiciera esto a su Rey. Hundido moralmente, Arghem tuvo que castigar a su oficial con prisión incondicional, mandándolo de vuelta junto a su Rey. Estaba destrozado. Casi entre lágrimas se dirigió a su tienda, mientras sus hombres, ignorantes de su situación, celebraban la victoria. Victoria... si supieran todo lo que estaba ocurriendo se replantearían la celebración. Aunque pensó que era mejor dejarlo correr, habían hecho lo que habían podido y no eran culpables de sus desgracias. Por lo menos, había que dejarles disfrutar. Ya en su tienda se puso a ordenar algunos tratados, para distraerse. De repente su hijo, Arghek, entró en la tienda y le comunicó a su padre que había contraído matrimonio con un joven que había sido su amigo desde pequeños. Arghem, en un principio molesto, puesto que su hijo ya estaba comprometido con la hija de otro general, se retractó y lo miró positivamente, pues después de todo lo que había pasado ese día, esto era al fin y al cabo una buena noticia. De hecho abrazó a la feliz pareja y les dio su bendición. Pero de nuevo el general tuvo que sufrir una desgracia, pues al parecer la boda no era más que un montaje de su hijo para hacerle sufrir. Arghem, entre lágrimas, perdonó a su hijo y le volvió a abrazar, pero Arghok, colérico y su pareja, roto por el dolor, abandonaron la tienda.

Arghem no pudo soportar este último gesto, que esperaría de un enemigo, incluso de un soldado raso, incluso de uno de sus hombres de confianza, pero nunca de su hijo... Sentía que se le agotaban las fuerzas y que la vida perdía sentido para él. Por ello decidió engalanarse con su armadura, aún manchada por la sangre de la batalla, se fue a la entrada del campamento y, bajo la bandera del Rey Koh clavó su espada en su pecho, para poner fin a tan lastimera vida. La sangre emanaba a borbotones, la vista se le nublaba y sus sentidos se volvían turbios e inservibles. La vida se le iba. En un último suspiro notó como sus hombres lo recogían del suelo y lo intentaban reanimar, aunque sin éxito. Este gesto le llenó de orgullo por un lado, pero por otro de rabia, pues quizás lo que acababa de sufrir aquella noche no era para tanto.

El general Arghem fue el vigésimo en caer, y cada vez quedaban menos...

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