El 18º en caer, y ya quedaban menos...
Era fuerte, atractivo, valiente, habilidoso, inteligente, astuto y además era hijo del general Arghem. Sin duda era un joven excepcional. Al escuchar su nombre, Arghok, sus enemigos temblaban, pues éste joven guerrero se había hecho famoso no por ser hijo del conocido general, sino que se había ganado su fama a pulso. Sin embargo, el joven también era arrogante, vanidoso y celoso de la fama de su padre, aún mucho mayor que la suya.
La batalla de Valdher fue la gota que colmó el vaso en esta rivalidad. Aunque la actuación de Arghok fue genial, la de su padre fue insuperable, pese a haber estado en peligro de muerte. Por ello quería aguarle la fiesta a su padre y sabía cómo hacerlo. Desde hacía meses su matrimonio estaba asegurado con una hermosísima muchacha hija de otro de los generales del Rey Koh y no habría mayor golpe para su padre que esta boda se cancelara. Pues esto pretendía. Para ello recurrió a la ayuda de uno de sus amigos, con el que había estado desde la infancia y hacia el que tenía un especial afecto, por lo que sabría que no le fallaría. La idea era casarse con él, pero no de mentirijillas, sino hasta con un sacerdote de por medio, para que el insulto fuera aún mayor. Su amigo aceptó encantado y el sacerdote se vio obligado a efectuar el enlace por amenazas directas de Arghok. Sin perder un instante, los recién casados acudieron a la tienda del general Arghem. Allí, ni corto ni perezoso, Arghok soltó la noticia a su padre, mientras besaba tórridamente a su peculiar pareja. Pero para el asombro del joven, su padre permaneció impasible, incluso satisfecho, hasta el punto de que abrazó a su hijo y a su marido y les deseó buena suerte. Arghok estalló en ira y empujó a su amigo, que cayó al suelo. Mientras tanto gritaba e insultaba a su padre, revelándole los celos que le tenía y que la intención de este montaje era encolerizarle, para que los demás le vieran enfadado. Pero el general se mostró aún más sereno y no tuvo en cuenta estos insultos. Es más, volvió a abrazar a su hijo y le pidió perdón. Esto hirió aun más el orgullo de Arghok, que salió colérico de la tienda, aún más enfadado, pues ahora su padre seguiría siendo el bueno y él un crío insolente. La rabia fue tal que notó cómo se le cortaba la respiración, se le nublaba la vista y, finalmente, se le detenía el corazón. Cayó fulminado al suelo, convaleciente, donde sufrió unas violentas convulsiones antes de perder amargamente la vida.
Arghok fue el décimo octavo en caer, y cada vez quedaban menos...
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