Ningún sentimiento o sensación exacerbada está justificado... Ni la alegría más absoluta e irracional, ni la tristeza más honda y pesada...
Todo sentimiento que se sienta en exceso, está abocado al fracaso, a pesar de que en un momento determinado creamos que ese sentimiento es parte de nuestra propia vida, que no lo podemos cambiar. El ser humano, tal vez por su condición de tal, puede pasar de la alegría a la tristeza (y viceversa) en cuestión de segundos, sin necesidad de que exista necesariamente un acontecimiento que motive su cambio de humor o que, simplemente, existan razones con fundamento para motivarlos.
A veces, la tristeza viene motivada porque le damos demasiada importancia a cosas que quizás no la tienen, o que, ya sea por no contar conel apoyo de nuestro interlocutor, ya sea por nuestro estado de ánimo, procedemos a exagerar nuestros sentimientos de modo tal que a veces se escapan de las órbitas. Quizás unos sentimos más que otros (yo soy de lágrima fácil, la verdad), pero cierto es que a veces no se le puede conceder a cosas que realmente no pasan de ser meras acepciones personales o, simplemente, meras opiniones, una importancia que realmente no tienen.
Lo mismo sucede con la alegría: existen momentos en la vida en que les damos a los acontecimientos alegres mayor importancia de la que realmente tienen. Vivimos cada momento como si nos fuera a faltar el aire, como si fuera realmente el último; como si en pocos segundos nuestra vida se fuera a escapar de nuestros cuerpos. Nuestros pies dejan de tocar el suelo, pues esos momentáneos instantes de aparente felicidad nos catapultan a sensaciones que quizás antes no sentimos y que ahora, por el mero hecho de sentirlas por primera vez, nos llevan a andar sobre las nuebes, como si quisiéramos escaparnos de una realidad que realmente no queremos en nuestra vida. Esperamos que esos instantes de felicidad se repitan, para que vuelva a llevarnos a un estado de embriaguez que a veces puede no dejarnos ver con claridad lo que existe realmente...
A veces, esa misma alegría que nosotros creemos sin límites y que durará eternamente nos ofrece su cara más feroz: su fin, el fin de una época que en su momento calificamos como "perfecta" y que no era más que un espejismo; el claro vacío de un sueño que amenazaba con terminarse con la luz de la mañana, sin casi dejarnos pensar en si realmente lo que vivimos existió. Y es entonces cuando la más alta alegría nos catapulta hacia la más profunda decepción, hacia una espiral de tristeza que a veces es difícil de superar.
"Cuanto más alta es la subida, más dura será la caída". Y es cierto...
Esos estados de alegría y tristeza exacerbada, nublan nuestra mente, no nos dejan pensar con claridad, olvidando por un momento los verdaderos valores de una vida... Aquellos valores que realmente proporcionan el equilibrio a la misma, esos valores que realmente nos hacen ver lo que queremos y lo que no queremos.
La alegría y la tristeza no están reñidas con la racionalidad humana, pues se trata de sentimientos que el hombre debe aprender a controlar con el tiempo, sin dejar que por un momento la transitoriedad ciegue sus sentidos hasta extremos insospechados. Hasta puntos en que, para una parte del mundo, lleguemos a encontrarnos ciegos y sordos: ciegos para ver la realidad cotidiana, una realidad que puede ofrecernos una serie de momentos que, quizás, a primera vista, no nos parezcan hermosos, pero que a la larga pueden llevar consigo el resultado provechoso de nuestra evolución; sordos para escuchar todo aquello que nuestro alrededor nos comunica, sea de personas de nuestro entorno, sea de la Naturaleza, sea de nuestro propio subconsciente.
La pelea entre "RAZÓN" y "EMOCIÓN", una lucha que se ha manifestado constante en el ser humano desde sus inicios, constituyendo la auténtica base de su psique.
La "EMOCIÓN", el impulso para tomar decisiones y para dar el primer paso para ejecutarlas, la fuerza que todos poseemos en nuestro interior; la capacidad del ser humano para actuar por impulsos, impulsos que a veces se convierten en verdaderos retos, pues son los que realmente nos dan la fuerza necesaria para actuar. Pero también, la "EMOCIÓN" manifiesta el momento en que los instintos del hombre si sitúan al mismo nivel que los animales, obviando de este modo su capacidad de raciocinio.
La "RAZÓN", esa vocecilla molesta que, en cada momento, nos dice lo que está bien y lo que está mal. Esa vocecilla que nos dice que hay que tenerle un poco de respeto (que no miedo) a las cosas y a las personas, una vocecilla que se encarga de valorar en cada momento los pros y los contras de la toma de decisiones que gracias a la "EMOCIÓN" llevamos a cabo. La vocecilla que se encarga de guiarnos por un camino que aparentemente vemos, según el prisma que tengamos en ese momento, o lleno de rosas, o lleno de espinas.
Pero a veces, la actuación sólo basada en la "RAZÓN" nos impide ver aquello que los ojos no pueden apreciar a simple vista, alejándonos de un universo de sensaciones y sentimientos que en pocas ocasiones la mente humana consigue distinguir.
La confluencia, la unión de ambos frentes (RAZÓN y EMOCIÓN), puede conllevar la mejora considerable de nuestra vida. La "EMOCIÓN" ha de ser nuestra vía de escape, la base en la que nos apoyemos para afronatr cualquier tipo de empresa y para apreciar todo aquello que a nuestro alrededor se encuentra y que el ojo humano no parece apreciar; pero la "RAZÓN" ha de hacer que caminemos con los pies en el suelo, sin dejarnos arrastrar por las emociones y los impulsos vanos que subyacen en lo más profundo de nuestro subconsciente.
Encontrar el término medio, un punto de equilibrio...
No es tarea fácil, pero, sin lugar a dudas, la estabilidad se trata de un punto álgido a alcanzar en la vida de todo ser humano. El equilibrio de las emociones, de las sensaciones; alegría y tristeza, sensaciones que se viven dentro de la moderación...
Todo sentimiento que se sienta en exceso, está abocado al fracaso, a pesar de que en un momento determinado creamos que ese sentimiento es parte de nuestra propia vida, que no lo podemos cambiar. El ser humano, tal vez por su condición de tal, puede pasar de la alegría a la tristeza (y viceversa) en cuestión de segundos, sin necesidad de que exista necesariamente un acontecimiento que motive su cambio de humor o que, simplemente, existan razones con fundamento para motivarlos.
A veces, la tristeza viene motivada porque le damos demasiada importancia a cosas que quizás no la tienen, o que, ya sea por no contar conel apoyo de nuestro interlocutor, ya sea por nuestro estado de ánimo, procedemos a exagerar nuestros sentimientos de modo tal que a veces se escapan de las órbitas. Quizás unos sentimos más que otros (yo soy de lágrima fácil, la verdad), pero cierto es que a veces no se le puede conceder a cosas que realmente no pasan de ser meras acepciones personales o, simplemente, meras opiniones, una importancia que realmente no tienen.
Lo mismo sucede con la alegría: existen momentos en la vida en que les damos a los acontecimientos alegres mayor importancia de la que realmente tienen. Vivimos cada momento como si nos fuera a faltar el aire, como si fuera realmente el último; como si en pocos segundos nuestra vida se fuera a escapar de nuestros cuerpos. Nuestros pies dejan de tocar el suelo, pues esos momentáneos instantes de aparente felicidad nos catapultan a sensaciones que quizás antes no sentimos y que ahora, por el mero hecho de sentirlas por primera vez, nos llevan a andar sobre las nuebes, como si quisiéramos escaparnos de una realidad que realmente no queremos en nuestra vida. Esperamos que esos instantes de felicidad se repitan, para que vuelva a llevarnos a un estado de embriaguez que a veces puede no dejarnos ver con claridad lo que existe realmente...
A veces, esa misma alegría que nosotros creemos sin límites y que durará eternamente nos ofrece su cara más feroz: su fin, el fin de una época que en su momento calificamos como "perfecta" y que no era más que un espejismo; el claro vacío de un sueño que amenazaba con terminarse con la luz de la mañana, sin casi dejarnos pensar en si realmente lo que vivimos existió. Y es entonces cuando la más alta alegría nos catapulta hacia la más profunda decepción, hacia una espiral de tristeza que a veces es difícil de superar.
"Cuanto más alta es la subida, más dura será la caída". Y es cierto...
Esos estados de alegría y tristeza exacerbada, nublan nuestra mente, no nos dejan pensar con claridad, olvidando por un momento los verdaderos valores de una vida... Aquellos valores que realmente proporcionan el equilibrio a la misma, esos valores que realmente nos hacen ver lo que queremos y lo que no queremos.
La alegría y la tristeza no están reñidas con la racionalidad humana, pues se trata de sentimientos que el hombre debe aprender a controlar con el tiempo, sin dejar que por un momento la transitoriedad ciegue sus sentidos hasta extremos insospechados. Hasta puntos en que, para una parte del mundo, lleguemos a encontrarnos ciegos y sordos: ciegos para ver la realidad cotidiana, una realidad que puede ofrecernos una serie de momentos que, quizás, a primera vista, no nos parezcan hermosos, pero que a la larga pueden llevar consigo el resultado provechoso de nuestra evolución; sordos para escuchar todo aquello que nuestro alrededor nos comunica, sea de personas de nuestro entorno, sea de la Naturaleza, sea de nuestro propio subconsciente.
La pelea entre "RAZÓN" y "EMOCIÓN", una lucha que se ha manifestado constante en el ser humano desde sus inicios, constituyendo la auténtica base de su psique.
La "EMOCIÓN", el impulso para tomar decisiones y para dar el primer paso para ejecutarlas, la fuerza que todos poseemos en nuestro interior; la capacidad del ser humano para actuar por impulsos, impulsos que a veces se convierten en verdaderos retos, pues son los que realmente nos dan la fuerza necesaria para actuar. Pero también, la "EMOCIÓN" manifiesta el momento en que los instintos del hombre si sitúan al mismo nivel que los animales, obviando de este modo su capacidad de raciocinio.
La "RAZÓN", esa vocecilla molesta que, en cada momento, nos dice lo que está bien y lo que está mal. Esa vocecilla que nos dice que hay que tenerle un poco de respeto (que no miedo) a las cosas y a las personas, una vocecilla que se encarga de valorar en cada momento los pros y los contras de la toma de decisiones que gracias a la "EMOCIÓN" llevamos a cabo. La vocecilla que se encarga de guiarnos por un camino que aparentemente vemos, según el prisma que tengamos en ese momento, o lleno de rosas, o lleno de espinas.
Pero a veces, la actuación sólo basada en la "RAZÓN" nos impide ver aquello que los ojos no pueden apreciar a simple vista, alejándonos de un universo de sensaciones y sentimientos que en pocas ocasiones la mente humana consigue distinguir.
La confluencia, la unión de ambos frentes (RAZÓN y EMOCIÓN), puede conllevar la mejora considerable de nuestra vida. La "EMOCIÓN" ha de ser nuestra vía de escape, la base en la que nos apoyemos para afronatr cualquier tipo de empresa y para apreciar todo aquello que a nuestro alrededor se encuentra y que el ojo humano no parece apreciar; pero la "RAZÓN" ha de hacer que caminemos con los pies en el suelo, sin dejarnos arrastrar por las emociones y los impulsos vanos que subyacen en lo más profundo de nuestro subconsciente.
Encontrar el término medio, un punto de equilibrio...
No es tarea fácil, pero, sin lugar a dudas, la estabilidad se trata de un punto álgido a alcanzar en la vida de todo ser humano. El equilibrio de las emociones, de las sensaciones; alegría y tristeza, sensaciones que se viven dentro de la moderación...
CARPE DIEM... pero manteniendo el EQUILIBRIO.
1 comentario:
Parece que te has dado un atracón de Shopenhauer y su arte de ser feliz ;)
No te ofendas .... es que de pequeño leí en exceso ... Me ha gustado ... aunque ya hice la prueba y la verdad ... es camino seguro hacia abajo ... lento ... pero seguro ;)
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