10.7.08

Once años... Miguel Ángel Blanco Garrido


Hace once años, diez días después de que guardásemos los lazos azules con los que la sociedad española se había movilizado para pedir la excarcelación de Ortega Lara y Cosme Delclaux, los medios de comunicación lanzaban un mensaje escalofriante que conmocionó a toda una sociedad: ETA había secuestrado a un joven concejal del PP del Ayuntamiento de Ermua; si el Gobierno no llevaba a cabo el acercamiento de sus presos al País Vasco en un plazo máximo de 48 horas, el joven concejal sería asesinado...

Para muchos, esta no es una simple historia más, ni tampoco estamos hablando de algo que pasó hace milenios. Estamos hablando de una historia real, que conmocionó a toda España; a una España que, por ese tiempo (y aun a mis quince años), consideraba enrarecida, envilecida y acobardada por la actitud de unos pocos. Una España que permaneció unida durante las 48 horas que duró el secuestro de Miguel Ángel, un joven normal, como tú y como yo, cuyo único delito fue estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Una España que, aun conociendo que el destino final de Miguel Ángel era el de recibir dos disparos en la nuca, no se amedrentó, y siguió realizando movilizaciones, actos de repulsa, plasmando pensamientos y hechos que han marcado a toda una generación.

Aun hoy, al ver esas imágenes, siento cómo se me pone la carne de gallina, cómo mi mente comienza a rememorar todos aquellos hechos del fatídico verano de 1997; cómo recuerdo el rostro amortajado de Miguel Ángel en el ferétro que contenía su cadáver y que las televisiones retransmitieron.

Fueron los inicios del llamado "espíritu de Ermua", un movimiento que pretendía acabar con unos valores políticos cada vez más anclados en la inopia y asentar valores que contribuyesen a la mejora de la sociedad. Un espíritu que nació espontáneamente y que se propagó por toda España con un único fin: pedir la liberación de una persona que no había hecho nada malo en su vida. Por un joven al que muchos seguimos recordando con lágrimas en los ojos, pues las penalidades que debió pasar fueron muchas. Y es que, saber que estás condenado a muerte, en un plazo más o menos determinado, debe sumir a cualquiera en una total desesperación; máxime, cuando desconoces por completo el motivo de tu sentencia.

Muchos confíamos en que se produjera un milagro, rezamos para que el corazón de aquellos que estaban dispuestos a apretar el gatillo diese un vuelco, que mirasen en el trasfondo de los ojos del cautivo y respetasen su vida... pero nadie sabe exactamente qué puede pasar por la mente de un asesino que no conoce la piedad. Cumpliendo su fatal amenaza, dos disparos se alojaron en la cabeza de Miguel Ángel, a las cuatro de la tarde del día 12 de julio de 2007. Su cuerpo fue encontrado por dos transeúntes que paseaban con sus perros; aún respiraba... Parecía que aquel joven se resistía a abandonar este mundo, que iba a luchar hasta el último momento, que su vida aún era una llama que se resistía a apagarse... Pero era una llama muy pequeña, que se apagaba a medida que pasaban las horas, los minutos, los segundos... Fueron muchos los testimonios, los mensajes de aliento, las oraciones que aún clamaban al cielo por su vida; pero todo fue inútil: Miguel Ángel Blanco Garrido falleció en la madrugada del 13 de julio.

Aun hoy, me sigo preguntando: ¿por qué lo hicieron? ¿Por venganza? ¿Por luchar por sus ideales? ¿Por demostrar que aún poseían fuerza? No lo sé... No creo que estas preguntas tengan respuestas algún día. Y también dudo que a día de hoy siga vivo el llamado "espíritu de Ermua". La sociedad, volvió al punto donde se encontraba antes de la muerte de Miguel, los políticos olvidaron pronto aquellos mensajes de unidad y cohesión, el miedo volvió a sembrarse en las calles...

Yo me niego a olvidar lo que pasó, me niego a olvidar a aquel joven que consiguió lo que muchos políticos habían intentado pero que no habían logrado: unir a España; me niego a olvidar aquellos hechos que marcaron un antes y un después en un país y en las vidas de miles de ciudadanos anónimos que, con pancartas, con gritos o con lágrimas manifestaron su dolor; me niego a olvidar aquella historia...

Y es que no fue una historia: fue una realidad.

Algo que NUNCA podré olvidar mientras viva...

"Si la muerte de mi hijo ha servido para que Euskadi, España entera y el mundo se unan para conseguir la paz, su muerte no habrá sido en vano... Lo digo con todo el dolor de una madre" (Consuelo Garrido, madre de Miguel Ángel)

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