13.5.08

Luis II: Constructor compulsivo

Ya antes de su ruptura con la princesa Sofía de Baviera, Luis II comenzó a sufrir la llamada "fiebre de los castillos".

Desde que era muy pequeño, su aya le narraba cuentos fabulosos, llenos de paisajes y ambientes idílicos que contribuyeron a que en la mente del, por entonces, joven príncipe, comenzaran a crearse una serie de imágenes y ensoñaciones que en ocasiones se entremezclaban con la realidad. En más de una ocasión manifestó su deseo de crear un mundo de sueños, un mundo lleno de construcciones portentosas que demostrasen la magnificencia de la arquitectura y que pudiese satisfacer sus ilusiones infantiles.

Poco antes de su coronación, el joven príncipe comenzó a realizar los bocetos de los que serían considerados, algunos años más tardes, como auténticas joyas arquitectónicas; el preludio de una serie de famosos castillos que, aun hoy, no dejan indiferente al espectador.


En primer lugar, debemos señalar al último de los castillos que construyó, y no por ello el menos importante, que no es otro que el Palacio de Herrenchiemsee. Iba a ser, en principio, una copia exacta de Versalles, pero tan sólo quedó relegado a un ala principal, ya que Luis II se quedó sin dinero para construirlo en mitad de su construcción.



Por otro lado, destaca el palacio de Linderhof, el más pequeño de los tres que mandó construir Luis II. Del mismo modo, el monarca de Baviera intentó satisfacer sus ansias de crear un mundo de sueños, aunque en este caso la construcción se inspiró en el Palacio de Versalles, mandado construir por Luis XIV.


Quizás el aspecto más novedoso de dicha construcción sea la llamada "Gruta de Venus", una gruta de carácter artificial hecha a base de un armazón de hierro y paredes de lienzo impregnado, recubierto con una mezcla de cemento; del mismo modo se hicieron las estalactitas y las estalagmitas. Asimismo, disponía de un lago artificial, donde el rey, a bordo de una barcaza que simulaba a un bello cisne, se entrenía escuchando las obras de su amado Wagner. La barcaza recorría autmáticamente el lago, por medio de un novedoso sistema que permitía la navegación sin remos, de tal modo que Luis II tan sólo tenía que acomodarse y concentrarse, por una parte, en la música wagneriana, y por otro en el maravilloso espectáculo que constituían las pinturas que decoraban las paredes de la gruta.


Tal vez el más famoso sea el palacio de Neuschwanstein ("Nuevo cisne", en alemán), cuyo nombre, como no podía ser de otra manera, hacía referencia a una de las obras de su "dios" por excelencia (Richard Wagner). El rey exigió dos condiciones en su construcción: primero, que fuera edificado por trabajadores bávaros y con materiales bávaros, sin apenas excepciones, lo que favoreció la creación de una poderosa artesanía en Baviera, que ha hecho de ella uno de los mayores enclaves industriales de Alemania. Y segundo, que por fuera se asemejase a los castillos de los cuentos de hadas que tanto admiraba en su juventud, mientras que por dentro contuviera todos los avances tecnológicos de la época.


Cabe señalar en este punto que contaba con una de las cocinas más modernas su época, lo cual consituyó uno de los más grandes temas a discutir en los periódicos de la época.y adelantadas de Igualmente, las habitaciones estaban adornadas con un gusto exquisito, con la pompa y el esplendor que caraterizaba a los monarcas del siglo XIX, en una época en la que los castillos habían dejado de ser considerados necesarios como edificaciones defensivas. Aunque la opinión de la sociedad era algo que poco o nada le importaban al monarca bávaro.

El "Rey Loco" pasó los últimos años de su vida en este maravilloso castillo de cuento de hadas. Quizás pensaba que, en medio de aquel entorno mágico, sus deseos y aspiraciones se verían cumplidos: el vivir en un mundo creado por y para él mismo, donde el arte y la naturaleza se unieran para dar lugar a un mundo de sueños. Y estuvo a punto de conseguirlo... si no fuera porque, antes, consiguieron derrocarlo alegando su locura (aunque eso será objeto de un próximo capítulo).


NOTA: Como nota anecdótica, es necesario que destaquemos que Walt Disney se inspiró en el palacio de Neuschwanstein a la hora de diseñar y construir el famoso "castillo de la Bella Durmiente". El parecido, como podremos comprobar, es más que notable.



Luis II quiso construir un mundo a su medida, un mundo en el que los sueños de su infancia se vieran hechos realidad; un mundo en el que la naturaleza y el hombre se unieran de forma cuasi mística, hasta tal punto de que, por los corredores de sus emblemáticos palacios, casi podemos sentir el susurro de aquellas hadas con las que a menudo hablaba en sus paseos.

Lo tacharon de loco, quizás, por querer construir un mundo mejor... ¿Loco o visionario? No sabría calificarlo a ciencia cierta...

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