El 10º en caer, y ya quedaban menos...
Graham estaba realmente feliz. Más que por la victoria en las tierras de Valdher, porque en pocos días volvería a ver a su amada. Ésta, también miliciana, estaba combatiendo en la misma región que él, pero en distintas divisiones. El Rey Koh, les había prometido un permiso especial a los soldados de ambas compañías para visitarse en el caso en que ambos ganaran en sus respectivas contiendas, y así había sido. Por eso Graham estaba tan impaciente, ya que llevaba 6 meses sin verla. Su contacto se había reducido a cartas esporádicas, pero cargadas de sinceros y puros sentimientos, que los hacían sentirse uno cerca del otro.
Esa noche, tras el ritual por las almas de los caídos, mientras sus compañeros se dispusieron a iniciar una gran fiesta por la victoria, Graham decidió ir enseguida a su campaña, ahora que no había nadie, para escribir una sincera carta de amor y de esperanza a su amada. Cogió su pluma y empezó a plasmar sus más íntimos sentimientos, sin importar las palabras o las formalidades, ya que ella lo entendería sin problemas. La carta hablaba de amor, de soledad, pero también de sueños de futuro. El deseo de Graham, como su novia sabía, era el tener un hijo en común, algo que le llenaría de orgullo y satisfacción, y que los uniría como familia. Por eso también le habló de esto, y de cómo imaginaba él que sería la concepción de su hijo, el acto del amor en estado puro. No omitió detalle, por muy erótico que este fuera, porque lo describía desde lo más profundo de su corazón. De repente, Graham escuchó algo fuera de su tienda, algo así como una voz jadeante. Al asomarse vio que era una pequeña niña que, por el color apagado de su tez, daba irrefutables muestras de frío. Graham la rodeó con sus brazos y buscó a alguien a su alrededor que pudiera hacerse cargo suya, pero, al inspeccionar sus rasgados y polvorientos ropajes, llegó a la conclusión de que la niña era vagabunda y posiblemente huérfana. No pudo dejar a aquella criatura a la intemperie, así que la invitó a pasar a su tienda, para resguardarse del frío. La niña, sin pensárselo, se metió en su litera y se arropó con las mantas. Graham se enterneció, ya que había hecho una buena obra acogiéndola. Terminó su carta con unas últimas palabras de despedida y volvió a mirar a la niña. Aún tiritaba. Abriendo los brazos le indicó a éste que le abrazara y Graham no pudo resistirse y se recostó junto a ella, dándole un poco de calor con sus brazos y su capa que, aunque algo sucia, podía resguardarla del frío. La noche pasaba y Graham no pudo evitar quedarse dormido. No obstante, se despertó sobresaltado por unos gritos rudos y salvajes, que no eran otros que sus compañeros de tienda. Éstos estaban iracundos y casi asalvajados, aunque Graham no sabía por qué. No tardó mucho en recordar que en su cama había una inocente niña abrazada a él, vestida con unos miserables harapos. Graham fue sacado por la fuerza de la cama, ya que sus compañeros, borrachos pero aún conscientes, pensaban que había hecho lo peor. Sin embargo lo peor estaba por llegar. Uno de los borrachos leyó la carta que acababa de escribir Graham y relacionó los lujuriosos versos que la componían con la escena que estaba contemplando. El confuso Graham no pudo defenderse, ya que sus compañeros comenzaron a apalearle, como castigo a su supuesta pedofilia. Inmediatamente fue sacado al patio de armas, donde continuó la paliza. A continuación fue castrado violentamente con el hacha de uno de los borrachos, para después, entre gritos de dolor e incomprensión, fue encarcelado y mandado directamente a la corte del Rey Koh, donde le esperaría la condena que se merecía.
Graham fue el décimo en caer, y cada vez quedaban menos...
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