23.5.07

Los 21 Guerreros: Cuento 11

El 11º en caer, y ya quedaban menos...

Alexander no cabía en sí de gozo. La batalla no podía haber ido mejor: su ejército había conquistado las tierras de Valdher, entre otras cosas, gracias a él, pues había acabado con un disparo de más de 100 metros con el mejor guerrero del rival, además de haber salvado la vida a su general, Arghem. Por ello estaba recibiendo una medalla al valor y la ovación de sus compañeros. Ciertamente no podía ser más feliz, por primera vez, todo le había ido bien en la vida, y ahora estaba recogiendo los frutos que había sembrado en el camino.

Alexander era un ballestero. Sin embargo, su dominio de la ballesta nunca fue muy exquisito que digamos. Es más, Alexander era torpe y tenía muy mala puntería. Era por eso por lo que siempre pasaba inadvertido entre sus compañeros y entre sus enemigos. A veces, su desánimo le había llevado a fingir que estaba herido, para poder abandonar antes la batalla. La batalla de Valdher no comenzó de forma muy distinta a las anteriores. Allí, en mitad del campo de batalla, Alexander disparaba casi sin criterio a sus enemigos, que apenas eran molestados. Le costaba mucho colocar correctamente la flecha, y mucho más conseguir que ésta siguiera la trayectoria que él quería. Fue en medio de la confusión cuando Alexander pudo distinguir a lo lejos a su general, Arghem, tirado en el suelo, defendiéndose heroicamente, aunque en evidentes dificultades, al gran Astaroth, un impresionante guerrero de más de dos metros, perteneciente a los ejércitos enemigos. Alexander, casi de forma refleja, apretó fuertemente con su dedo la flecha contra el cargador de la ballesta, sin darse cuenta de que su dedo pulgar había quedado en el pequeño resorte que dispararía dicha flecha. Aunque cuando se dio cuenta de esto ya no había vuelta atrás: al apretar el gatillo de su arma con la mano izquierda, el pulgar de la mano derecha, con el que sostenía la flecha, fue mutilado y disparado junto a la flecha, a una velocidad exagerada. Cuál fue la sorpresa de Alexander al distinguir cómo este dedo se incrustaba con una certeza envidiable entre los ojos de Astaroth, haciendo caer a la bestia contra el suelo, desplomada y sin vida. Este gesto le valió la medalla que el propio general Arghem le estaba concediendo. Una medalla en agradecimiento por salvarle la vida y por derrotar al más villano de sus enemigos. Ahora, Alexander era famoso y querido. Sin embargo, sabía que jamás podría volver a empuñar un arma, ya que su mano útil había quedado inservible tras el disparo. Sin embargo, este hecho no le preocupaba. Ahora era admirado y tenía una fama y una reputación que jamás sería olvidada y esto era más gratificante que volver al campo de batalla. Esa misma noche abandonó el campamento y se dirigió a la capital del reino, a la espera de recibir un tributo a su labor. Alexander fue el decimoprimero en caer, y cada vez quedaban menos...

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